Cuando pienso en los pobres, la primera imagen que me viene a la mente es la de hombres y mujeres avanzando por el borde de la carretera y cargados con pesados fardos. Recuerdo haberles visto dirigi�ndose, a primeras horas de la ma�ana, hacia el mercado o hacia alguna aldea, esperando poder vender o comprar algo, encontrar trabajo o, tal vez, encontrarse con alguien que les diera lo suficiente para poder salir adelante un d�a m�s.
Recuerdo tambi�n haberme sentido culpable de ir en coche mientras tantas personas caminaban penosamente, unas veces descalzas, otras con unas m�seras sandalias.
He visto a tales personas por los polvorientos caminos de Bosnia, del Kosovo, Albania, Bolivia, Per� y Guatemala, y de tantos pa�ses y a�n sigo vi�ndolas en mi interior. Los pobres caminan por los bordes de las carreteras de nuestro mundo, llevando pesadas cargas y tratando de sobrevivir.
Jes�s camina de pueblo en pueblo y, mientras lo hace, se encuentra con los pobres, con los mendigos, con los ciegos, con los enfermos, con los que lloran y con los que han perdido la esperanza. Escucha atentamente a aquellos junto a quienes camina y les habla con la autoridad de un verdadero compa�ero de viaje.
Pero, �qu� significa caminar con los pobres? Significa reconocer la propia pobreza: la propia y profunda imperfecci�n, la propia fatiga, la propia impotencia, la propia mortalidad. S�lo as� podr� hacerme solidario de todos cuantos caminan por la tierra y descubrir que tambi�n yo soy amado como una persona fr�gil y, sin embargo, de inmenso valor.